Pocos antídotos como los chilaquiles para hacer frente a una inclemente resaca. O para remediar el hambre de una mañana ruda y larga. Parece increíble que un platillo tan simple, fundamentalmente de dos ingredientes, sea fuente de tanto alivio para aquellos malestares.
En esencia, los chilaquiles están hechos de totopos o trozos de tortillas fritas bañadas en salsa verde o roja. No podría ser más mexicano, y el origen de su nombre nos lo confirma.
Como otros platillos típicos de México, su nombre encuentra sus raíces en el náhuatl. Chi-l significa chile, el ingrediente con el que se hace la salsa. Y aqui-lli quiere decir dentro de, o metidos en. Al juntar las expresiones, se forma la palabra chi-laqui-lli, es decir: totopos metidos en chile.


¿Cómo se hicieron los chilaquiles?
No hay un pasaje claro sobre cómo se hicieron los chilaquiles. Probablemente fueron una innovación de la cocina prehispánica. Alguien habrá notado que las tortillas se endurecen luego de un día. Para no desaprovecharlas, quizá las partió y las sumió en salsa para suavizarlas. Una idea sencilla, noble, y santo remedio.
La receta de los chilaquiles evolucionó con la llegada de los españoles. De hecho sería justo decir que es un platillo mestizo. Ellos le agregaron queso, crema y fuentes de proteína como huevo, pollo y carne.
Es un platillo humilde y generoso a la vez: el sabor es alucinante y sus ingredientes son económicos. Además es nutritivo, balanceado, lleno de historia y tradición.
Chilaquiles: gracias por tanto y perdón por tan poco.
1 Comentarios